lunes, 19 de mayo de 2014

De cómo tratar al otoño


 Mañana de mayo en que despierto de un sueño que se dejó disfrutar. Mañana en la que veo el reloj, y me sorprendo porque es la hora de irme y sigo estando en tranquilidad. Pienso que si me apuro, los minutos también correrán más ligero.

 No desayuno, ni siquiera asomo la cabeza en la cocina. La aguja se mueve como gastándome una broma, un chiste de mal gusto.

 Estoy afuera. El frío del día me recibió con unas cachetadas.
 Mientras camino no pienso, no imagino, solamente quiero llegar.

 Como si frotara una lámpara, un genio inconsciente y surreal concede y cumple mi deseo. Al fin, llego.

 Cuando entro, la realidad de “afuera” quedó allí. Ahora no se escucha ni el susurro del asfalto. Ahora soy yo, y las paredes, y los libros.
 “¿Por qué me cuesta tanto elegir?” Será porque son, para mí, los escritores como pretendientes, como seres que intentan enamorarme. Y esos múltiples amantes que quedan en la memoria, se reflejan en los estantes de la biblioteca llena de libros.

 Finalmente, me seduce Cortázar y su “Perseguidor”. Lo tomo y, al mismo tiempo acepta que lo toque con mis manos blancas y puras. Parece estar diciendo que no confíe demasiado en él, pero mi intuición es más grande y más fuerte. Lo llevo.

 Otra vez “afuera”, el frío se ríe de nuevo. Ahora no está solo, sino que el viento parece complotarse, en el mismo momento en que salgo de entre las palabras y los personajes.
 Siento que debo enfrentarme a este “afuera”, no puedo siquiera dialogar, ni llegar a un acuerdo. Es inútil.

 El sol simplemente da color a este miércoles, y se hace desear cuando la sombra es interminable. El sol es protagonista en las esquinas, para quienes aprovechan a charlar cálidamente.

 Sigo caminando, y una señora de cabellera dorada e indefinidas décadas, me recuerda la estación del año en la que estoy, vistiendo un saco enorme de piel, que sólo deja asomar sus pies cansados.

 No quiero confrontar con el día. Las hojas amarillas en la verada y la mujer que acabo de ver, me invitan a vivir con este frío de otoño en forma de café con leche y chocolate.           
 Hemos llegado a un acuerdo.
 Siento en el rostro una leve sonrisa, estoy volviendo pero de otra manera.


 De nuevo en casa, invito a “El Perseguidor”, de Cortázar a poner el agua en la pava. En cuanto ésta comience a silbar, nos dispondremos a tomar, juntos, nuestro apacible café.

(15-05-13)