Mañana de mayo en que despierto de un sueño que se dejó
disfrutar. Mañana en la que veo el reloj, y me sorprendo porque es la hora de
irme y sigo estando en tranquilidad. Pienso que si me apuro, los minutos
también correrán más ligero.
No desayuno, ni
siquiera asomo la cabeza en la cocina. La aguja se mueve como gastándome una
broma, un chiste de mal gusto.
Estoy afuera. El frío
del día me recibió con unas cachetadas.
Mientras camino no
pienso, no imagino, solamente quiero llegar.
Como si frotara una
lámpara, un genio inconsciente y surreal concede y cumple mi deseo. Al fin,
llego.
Cuando entro, la
realidad de “afuera” quedó allí. Ahora no se escucha ni el susurro del asfalto.
Ahora soy yo, y las paredes, y los libros.
“¿Por qué me cuesta
tanto elegir?” Será porque son, para mí, los escritores como pretendientes,
como seres que intentan enamorarme. Y esos múltiples amantes que quedan en la
memoria, se reflejan en los estantes de la biblioteca llena de libros.
Finalmente, me seduce
Cortázar y su “Perseguidor”. Lo tomo y, al mismo tiempo acepta que lo toque con
mis manos blancas y puras. Parece estar diciendo que no confíe demasiado en él,
pero mi intuición es más grande y más fuerte. Lo llevo.
Otra vez “afuera”, el
frío se ríe de nuevo. Ahora no está solo, sino que el viento parece
complotarse, en el mismo momento en que salgo de entre las palabras y los
personajes.
Siento que debo
enfrentarme a este “afuera”, no puedo siquiera dialogar, ni llegar a un
acuerdo. Es inútil.
El sol simplemente da
color a este miércoles, y se hace desear cuando la sombra es interminable. El
sol es protagonista en las esquinas, para quienes aprovechan a charlar
cálidamente.
Sigo caminando, y una
señora de cabellera dorada e indefinidas décadas, me recuerda la estación del
año en la que estoy, vistiendo un saco enorme de piel, que sólo deja asomar sus
pies cansados.
No quiero confrontar
con el día. Las hojas amarillas en la verada y la mujer que acabo de ver, me
invitan a vivir con este frío de otoño en forma de café con leche y chocolate.
Hemos llegado a un acuerdo.
Siento en el rostro
una leve sonrisa, estoy volviendo pero de otra manera.
De nuevo en casa,
invito a “El Perseguidor”, de Cortázar a poner el agua en la pava. En cuanto
ésta comience a silbar, nos dispondremos a tomar, juntos, nuestro apacible
café.
(15-05-13)